En la obra inicial de Andrés Vio hay guiños a lo conceptual, sobre todo en sus reconocidos trabajos con papel periódico, relación directa con la palabra desechable, resignificada por la elección del artista, que re-articula la materia en urdimbres y tramas personales, que paulatinamente tienden al círculo, símbolo extremo de orden, de armonía universal, que en su trabajo con los caóticos residuos de la prensa diaria se transforman en su utopía del equilibrio. Por fortuna, como glosó Quevedo refiriéndose a lo utópico, “no hay tal lugar”. Y consecuentemente, Andrés Vio debió seguir experimentando, a través de un trabajo serio y sistemático, con otras materialidades que dieran forma a su universo circular, a su utopía personal, desarrollando un oficio rotundo, depurado, minucioso; donde los diversos medios y materialidades pictóricas son trabajadas con dominio, con conocimiento experto de las propiedades expresivas de unos parcos elementos. Y he aquí que se produce en la obra de Andrés Vio el milagro del arte: sin necesidad de parafernalias, ni de discursos abstrusos, sólo con el oficio, la materia pictórica y la persistencia en el hacer, el artista es capaz de reproducir la música de las esferas, o mejor todavía, para recordar a Lihn, la musiquilla de las pobres esferas, esa que suena por donde sopla el viento amargo / que nos devuelve, poco a poco, a la tierra. Para hacer más pertinente el verso debo puntualizar: a la tierra de los artistas que todavía saben pintar.
Guillermo Carrasco
Teórico del arte